AQUELLA MADRUGADA...

Una lluviosa y oscura madrugada, a eso de las tres de la mañana, el tiempo se detuvo en nuestras vidas. Carla y yo volvíamos de una ridícula fiesta en la que se exaltaban los muertos vivientes.
No nos pudimos reír más, pues ninguna de las dos creíamos en esas ridiculeces. Así que, la noche transcurrió entre risas y falsos sustos a la gente.
La calle estaba vacía y sin ninguna farola encendida, cuando de pronto se oyeron grandes pisadas a lo lejos.
Carla no podía respirar pero yo me dí la vuelta sin pensarlo y juro que no lo volvería a hacer. Jamás podré borrar de mi mente lo que mis ojos vieron, pero mi corazón y mi garganta chillaron como nunca...
Detrás de nosotras estaba él, medio vivo, medio muerto, su cuerpo descompuesto, sus dientes afilados, su cabellera y sus uñas eran demasiado largas y su mirada aterrorizaba al más valiente. 
No nos lo podíamos creer, que por la calle Ánimas nos acompañaba aquella camilla en la penumbra, con una fuerza invisible que la empujaba...

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